Raymond Kopa, el francés de origen polaco que supo deslumbrar al mundo en aquel mítico Real Madrid que hizo historia con estrellas como él o el argentino Alfredo Di Stéfano, llegó al fútbol intentando ver la luz y dejando atrás una peligrosa oscuridad. Era un niño todavía cuando empezó a trabajar –como su familia– en una mina de carbón al norte de Francia, en Nœux-les-Mines, allí donde nació. Hasta que encontró en el deporte la oportunidad para permanecer en la superficie y no tener que volver a esas miserables profundidades. No solo se aferró a la pelota: nunca la soltó. Y se inventó a sí mismo un nuevo camino, al sol. «Cada vez que saltaba al campo de juego, me decía: ‘¡Ay, Raymond, qué suerte tienes de tener un trabajo tan extraordinario! ¡Qué bastardo con suerte eres! Imagínate estar en las tribunas viendo a dos equipos mientras esperas para ir a la mina. ¿Te das cuenta de la suerte que tendrías?’. Y yo era perfectamente consciente de ello…», recordó alguna vez el francés, quien perdió dos falanges en un accidente laboral durante sus días de minero, en el libro Raymond Kopa: D’hier et d’aujourd’hui, publicado por el periodista Bernard Verret en 1980.
Nacido el 13 de octubre de 1931 bajo el apellido Kopaszewski, la futura estrella merengue jugó varios años en el club amateur que lleva el nombre de su ciudad natal –y todavía existe–, pero fue recién en 1949 cuando empezó a proyectarse su carrera en el deporte. La idea de aventurarse en el fútbol llegó luego de varios fracasos en sus búsquedas laborales intentando salirse del trabajo en la mina, ese que en su familia llevaba varias generaciones. «Comprendí que me habían rechazado. Que un hijo de polacos estaba hecho para la mina y para nada más. Que se había acabado. Que tenía que resignarme», contó en Mon football, la autobiografía que publicó en 1972, luego de un frustrado intento de conseguir trabajo como electricista.
Fue una prueba para jóvenes franceses la que impulsó a Kopa en el mundo del fútbol. El jugador que ganaría títulos y fanáticos gracias a su gambeta endiablada tenía en 1949 toda la frescura y potencia de sus 18 años y fue fichado por el SCO Angers, club que le hizo su primer contrato profesional. «Creí que ficharía por alguno de los grandes de Francia: Lille OSC, RC Lens, Valenciennes o Roubaix… Así que me llevé una gran decepción cuando el único equipo que me hizo una oferta fue uno de la segunda división del oeste de Francia», se sinceraría tiempo después el más fiel creyente de su calidad futbolística. Y tenía razón. Había un motivo que tiraba atrás a los buscadores de talentos; deslumbrados ante su destreza, desconfiaban de su porte: Kopa medía 1,68 metros y era considerado un jugador «muy pequeño», según él mismo recordaba. Para tomar dimensión: el francés, que jugaba de delantero o mediocampista ofensivo, era apenas dos centímetros más alto que Diego Armando Maradona y dos centímetros más bajo que Lionel Messi.
Dos temporadas después de jugar con el SCO Angers –que, desde su muerte en 2017, rebautizó su estadio bajo su nombre–, Kopa recaló finalmente en la primera división de su país con el Stade de Reims, aquel donde había soñado jugar desde un principio y que es conocido en nuestras tierras porque supo brillar con sus colores el argentino Carlos Bianchi durante la década del ‘70. Allí, el francés se volvió una figura trascendental: contribuyó con su fútbol a conquistar los dos últimos títulos locales de la historia del club de Reims, con el que jugó más de 400 partidos (anotó más de 80 goles) y al que llevó a disputar la primera final de la Copa de Europa en 1956. En aquella definición el conjunto galo cayó por 4-3 ante el Real Madrid de Di Stéfano (quien marcó el primer gol), pero la institución merengue había quedado deslumbrada con su calidad mucho antes, así que lo fichó unos días antes de la final y, ya con él desde la temporada siguiente, repitió su consagración en las ediciones 1956/57, 1957/58 y 1958/59 de la vieja Champions League. Uno de los mejores años de Kopa fue 1958, cuando llevó a su seleccionado hasta semifinales del Mundial de Suecia (Francia terminó tercera, actuación que igualó en México 1986 y superó recién con el título de 1998) y además ganó el Balón de Oro, convirtiéndose en el primer jugador francés en conquistarlo; luego lo ganarían Michel Platini (tres veces), Jean-Pierre Papin, Zinedine Zidane, Karim Benzema y, este 2025, Ousmane Dembélé.
Kopa, quien tras aquel triplete y la obtención de dos ligas españolas volvió al Stade de Reims, se retiró a lo grande del fútbol. La conciencia de su pasado minero –y de lo diferente que pudo haber sido todo– pareció dejar en él una huella que motorizó unos cambios colectivos que fueron vanguardia en la disciplina por aquellos años. Si en 1969 se abolió en su país el contrato vitalicio que ataba a los jugadores a los clubes y Francia se convirtió en la primera nación del mundo en establecer un acuerdo laboral de duración determinada para los futbolistas profesionales, aquello fue posible porque, seis años antes, Kopa, la súper estrella del fútbol galo, había alzado la voz y denunciado: «¡Los futbolistas son esclavos!». Su grito llegó a los titulares de los diarios y el eco de su protesta devino en una lucha que logró la nueva legislación. «Sí, los futbolistas eran esclavos de verdad. Nunca tuvieron voz ni voto… Así que finalmente había que escucharlos. Actué por la comunidad y nunca me he arrepentido de haber reaccionado así», recordó el ídolo francés, quien en aquel momento fue sancionado con seis meses de suspensión. «Yo no necesitaba ayuda –dijo Kopa en una entrevista publicada por la revista Panenka–, pero creo que hay que ayudar a los demás. Hoy en día, con los agentes, están más tranquilos, pero a veces el futbolista tiene que entrar en el juego».
El galardón que hace una semana levantaron Lamine Yamal y Vicky López, ambos futbolistas españoles, lleva el nombre de Kopa y premia en la ceremonia del Balón de Oro a las jóvenes promesas, esas y esos que se lucen con menos de 21 años. A esa edad, el mítico jugador francés apenas llevaba una temporada en la primera división de su país, pero ya había torcido su destino y en unos años se encargaría de ayudar a edificar con mayor justicia el de miles que quisieran dedicarse al fútbol. Lo que celebraba esos días Raymond Kopa era que había logrado salir de la mina para no volver nunca más.
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