Están quienes niegan la forma de la Tierra y afirman que es plana, y quienes desconfían de las vacunas y las relacionan con enfermedades. También están los que descreen de los dinosaurios y afirman que los fósiles no son más que roca, y los que sospechan que pandemias como la del coronavirus fueron creadas por los propios laboratorios en un complot internacional. La lista es interminable: en este siglo XXI, hay pseudociencias y negacionismos para tirar al techo. El problema no solo es que se expanden, sino cómo lo hacen. En el último tiempo, hallaron en los políticos –desde presidentes, pasando por legisladores hasta funciones de menor rango– a sus principales amplificadores. Quizás como nunca antes, son los representantes del pueblo los que reproducen historias de paranoia global con villanos y héroes bien definidos: hacen “terraplanismo de Estado”.
Este sábado la astróloga Ludovica Squirru iba a presentar su libro en el Planetario Galileo Galilei de CABA gracias a que el ministerio de Cultura de la Ciudad le había alquilado el espacio. Un lugar que, paradójicamente, se dedica desde hace décadas a lo contrario: lejos de promover la pseudociencia, fomenta la astronomía, la ciencia y el pensamiento crítico. Si no hubiera sido por el revuelo que se armó en redes sociales y por la carta que envió al ministerio porteño la Asociación Argentina de Astronomía (AAA) la actividad se habría desarrollado sin problemas. De hecho, hasta la publicación de esta nota, la cartera de Cultura de CABA ni siquiera había contestado al texto enviado por los astrónomos y astrónomas del país.
Las pseudociencias no discriminan colores políticos ni son patrimonio exclusivo de la derecha. Victoria Tolosa Paz, en 2021 cuando era precandidata a legisladora por el Frente de Todos, afirmó en una entrevista: “No solamente nosotros tenemos cartas (astrales). Los países tenemos cartas. De ahí salen la crisis del ‘29 de EE.UU., por qué el derrumbe de las Torres Gemelas, por qué pasa lo que pasó en la crisis de 2001 en la Argentina”. Aunque suena muy atractivo el hecho de que la posición de los astros explique los acontecimientos humanos, la realidad parece ser mucho más compleja de lo que muchos están dispuestos a aceptar.
La lista es extensa: políticos que a un lado y al otro del espectro ideológico confiaron su presente y su futuro a eventos que, básicamente, no dependen de la voluntad humana. El infame José López Rega, escogido por Perón como su consejero, era conocido por su cercanía con creencias paranormales, con tintes de astrología y oscurantismo. Por supuesto, todo el esoterismo, el diálogo con el más allá y lo que dice sobre los perros el presidente argentino y su hermana, quedan para otra nota.
Mbeki, Milei, Trump y “el coco” Basile
Las pseudociencias y las ciencias conviven desde hace siglos, de la misma manera que todas las personas cultivan irracionalidades y racionalidades dependiendo el contexto. Ese no sería un problema significativo, a menos que esas personas ocupen lugares de relevancia política.
Un caso emblemático fue el de Thabo Mbeki, presidente sudafricano que a comienzos de siglo XXI y contra toda evidencia científica disponible, negó que los antirretrovirales pudieran controlar la epidemia del VIH y sostuvo que el virus no causaba el sida. Así, aconsejado de mala manera por un singular “grupo de especialistas”, solo recomendó remedios alternativos basados en un cóctel de ajo, remolacha y jugo de limón. Como resultado, se cree que fue el responsable político de 300 mil muertes en el lustro que va desde el 2000 hasta el 2005.
Ni hablar, por supuesto, de las creencias infundadas que sostienen Milei y Trump, que directamente eligen descreer del origen antrópico del cambio climático. El propio Trump, durante su primer mandato, recomendó tomar hidroxicloroquina, tomar sol e inyectarse desinfectante para combatir al coronavirus. Se ve que el paso del tiempo no le dio la madurez necesaria, porque semanas atrás propuso a las embarazadas dejar de tomar paracetamol frente al dolor, porque podría causar autismo a los bebés por nacer. Todo, por supuesto, sin una evidencia científica robusta que avale semejantes sentencias. Todo comandado por su secretario de Salud, Robert Kennedy Jr., un polémico antivacunas.
Sin embargo, como la humanidad vive en la posverdad, decir cualquier cosa sobre cualquier fenómeno no tiene demasiado costo. Por el contrario, todas las opiniones valen lo mismo y todos pueden hablar de todo sin censura alguna. Habitualmente, el escepticismo que promueve la ciencia se utiliza en su contra para dudar de la ciencia. Así es como se confunde la duda como raíz del método científico –que impulsó René Descartes en el siglo XVII– y la duda ociosa que no lleva a ningún lado. Simplemente, genera ruido donde no lo hay.
Algo similar ocurrió con la «Tierra plana». En 2019 la municipalidad de Colón, Entre Ríos, cedió un camping y sus instalaciones para el Primer encuentro nacional e internacional de terraplanistas. La jornada fue promocionada a través de las redes sociales del municipio. Incluso, Alfio “el coco” Basile, exentrenador de la Selección Argentina, apoyó en ese momento la iniciativa que lideraba Iru Landucci, un joven entusiasta que hoy se identifica como un dinonegacionista (cree que los dinosaurios no existieron y los fósiles son piedras puestas por los paleontólogos para luego descubrirlas y hacerse famosos). «Hay que bancar a muerte a Iru Landucci con que la Tierra es plana. Lo apoyo totalmente, siempre lo pensé y ahora más que nunca estoy convencido por él«, dijo el Coco en esa ocasión. Un Basile para el que la única redonda es la pelota.
Pero sería injusto cuestionar solo a Basile, cuando hay otras voces terraplanistas mucho más preocupantes. Lilia Lemoine, legisladora libertaria y confesa terraplanista, fue designada en 2024 en la Secretaría Primera de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en la Cámara de Diputados de la Nación. Parece chiste, pero no lo es.
Para deglutir de un bocado
Las conspiraciones y los negacionismos, al igual que las noticias falsas, existieron siempre. Por lo general, presentan una contextura muy atractiva: tienen una narrativa apasionante, una historia sabrosa. Un grupo de iluminados descubre un secreto que el poder busca ocultar desde hace muchos años y, como resultado, para liberar a las masas, filtran ese misterio con fervor. Casi como si fuera una cruzada. Por eso, aunque en principio constituyen minorías, sus ideas llegan. Son descabelladas, pero no dejan de ser interesantes y son difundidas con mucho, pero mucho ruido, como alguien que descubre un secreto digno de ser contado.
Bajo esta premisa, la comunidad científica no es homogénea y sostiene diversas posturas. Están lo que sostienen que se debería desmentir en público a aquellos que sostienen pseudociencias. Quizás con un debate en televisión, radio o streaming, con el objetivo de evidenciar su pretendida ignorancia. Están los que creen, en cambio, que no se debería producir ningún debate, porque una cosa es la ciencia y otra muy diferente las teorías disparatadas que se maquillan de ciencia. Y, por otra parte, están los que no están de acuerdo en conversar con exponentes de la astrología, los antivacunas, los terraplanistas o quienes fueran, porque son personajes que suelen estar más entrenados que los científicos para la exposición y para el debate en escenarios mediáticos.
Mientras que los científicos tratan de comprender los hilos que mueven al mundo y de estar al tanto de toda la complejidad que esta tarea conlleva, los pseudocientíficos, negacionistas y conspiranoicos acuden a explicaciones más sencillas. De allí, la efectividad de las teorías fáciles; pues, ¿a quién no le gusta que le expliquen fenómenos complejos en un abrir y cerrar de ojos? Entender, a diferencia de no hacerlo, es confortable.
Según Byung-Chul Han, filósofo coreano, la sociedad de este tiempo se caracteriza por la autoexplotación y por el cansancio. Rendir cansa, pensar también. ¿Quién querrá cultivar el pensamiento crítico si todos están exhaustos? Mucho mejor, en todo caso, confiar en un contenido que, aunque disparatado, se aprende sin consumo energético (aunque con efectos prácticos sobre la realidad).
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